Nadie se casa para ser miserable
By Jorge Cota In ArtículosNadie se casa para ser miserable. La mayoría de nosotros entra al matrimonio con estrellas en los ojos y esperanza en el corazón. Desafortunadamente, algunas de las veces esas estrellas se convierten en arena y las esperanzas se vuelven odio. Esto se debe porque el amor es más frágil de lo que nos lo imaginamos.
La realidad de las cosas es que la luna de miel siempre se termina. Tarde o temprano las llamas del amor se apagan y es entonces que el verdadero mantenimiento en el matrimonio empieza. ¿Sabe por qué? Porque todos nos casamos con personas defectuosas. Todos estamos infectados con esta enfermedad fatal… el egoísmo.
El egoísmo es la raíz donde todos los problemas matrimoniales brotan. El egoísmo devora el amor y mata el matrimonio más rápido que cualquier otra cosa. El egoísmo es lo que lleva a centrarse en uno mismo, a encerrarse en sí mismo, a preocuparse de sí mismo, y a vivir para sí mismo. El egoísmo es destructivo. Porque el egoísmo siempre piensa en “mí” “primero yo, después yo y si queda algo yo”
La persona más egoísta que he conocido me dijo: “Así soy yo, siempre he sido así, y si no te gusta allá tú”
El egoísmo es fatal para cada relación si no lo tratamos a tiempo. A veces mata rápidamente pero por lo general es una muerte lenta y dolorosa. El dolor puede ser indescriptible mientras el corazón hemorragia y el amor se escapa de su vida. Cuando una relación llega a ese punto tendemos a separarnos. Ponemos una distancia emocional entre nosotros para acolchonar el dolor.
Es por eso que es imprescindible recordar que en el matrimonio y en las relaciones interpersonales, “No se trata de mí, se trata de nosotros”.
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